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Cruzando Líneas, la columna: "La agonía de Trump", por Maritza L. Félix

Cruzando Líneas, la columna: "La agonía de Trump", por Maritza L. Félix
Maritza L. Félix, directora y fundadora de Conecta Arizona.

En mi pueblo existe la creencia de que hay un momento de vida plena antes de morir. Es como un resucitar adelantado antes de continuar con la agonía. Como si la muerte nos cumpliera el último deseo, la última cena o el último suspiro para después mandarnos a un coma doloroso del purgatorio con signos vitales. Solo pasa cuando se tiene una transición lenta entre la vida y la muerte, cuando hay calvario y angustia, cuando se paga aquí parte de las deudas que se cobran en el más allá. Pero no hay de esto cuando hay un final abrupto, inesperado y nada anunciado. El secreto aquí es, como dicen los más entrados en años en mi pueblo, revivir para morirse. No son patadas de ahogado, no. Es una lucidez que ni los médicos terminan de entender.

Lo mismo pasa cuando se está al borde de una muerte política: un reflejo consciente de luz antes de la oscuridad eterna. ¿Será esto lo que defina la candidatura de Donald Trump en su camino a la presidencia? A principios de 2022 el republicano tuvo su gran regreso a la política después de haber perdido las elecciones en el 2020. Los precandidatos acudían a Florida a cortejar su respaldo, les suplicaban que les permitiera usar su nombre en las campañas y lo invitaban a mítines masivos para asegurar ese abanderamiento oficial del partido en las primarias. Sabían ellos que había múltiples investigaciones en contra de Trump pero lo percibían -por conveniencia o convicción- como un mártir, el blanco de la persecución demócrata, o el árbol que no caía ni se dejaba hacer leña.

Por meses, Trump atizó un fuego que le parecía listo para convertirse en el mismo incendio que lo llevó años atrás a la Casa Blanca. Sus apadrinados políticos ganaron en las primarias y lideraron los sondeos hasta el día de la elección general. Luego, como si fuera un capricho de la parca, todo cambió: el viento apagó las brasas, se acabó su momento, los aliados perdieron y el Partido Republicano se tambaleó. Los que lo buscaban levantaron los brazos en señal de indignación y dejaron así de sostener ese pedestal en el que lo habían cargado. Pero Trump cayó de pie, como un gato, y anunció la campaña para la reelección como presidente de Estados Unidos en el 2024.

No sorprendió. Trump no se resigna a soltar el poder ni que lo hayan obligado a hacerlo; no le reconforta ni esa teoría de conspiración de fraude que ha avivado él mismo por dos años. Pero desde noviembre está callado: no sabemos si está en agonía o emprendiendo vuelo. Lo cierto es que Trump ya no impone como ayer. Los republicanos que antes temían plantarle cara ya no dan un paso atrás. Son varios los que se soban las manos mientras hacen exploraciones antes de animarse a lanzar campaña. Y lo hacen con descaro, en su cara, a pesar de su anuncio presidencial. Tampoco le solapan tantas investigaciones ni le alcahuetean tantas derrotas jurídicas.

Pero con Trump no se puede dar el silencio por sentado. No. Solo puede ser dos cosas: agonía o estrategia. Esta campaña se convertirá en su funeral político o marcará ese regreso triunfal que tienen los que por un momento disfrutan de la lucidez de las últimas veces en el poder, cuando le ganan, aunque sean por cuatro años más, a esa muerte anunciada.